sábado, 4 de febrero de 2012

Los hijos


Peli: "The Descendants"
Puntuación: 8/10







De repente, así como quien no quiere la cosa, me doy cuenta de que soy fan de Alexander Payne. Sus pelis se pueden contar con los dedos de una mano, -no es especialmente prolífico el muchacho- y sin embargo tres de ellas se encuentran entre mis favoritas de los últimos 15 años. A saber: "Election", "About Schmidt" y "Sideways". Todas, a excepción de "About Schmidt", las he visto solo una vez y sin embargo me sorprende recordarlas vivamente. Más aún, alguna de estas pelis ha hecho mella en mi carácter, que es lo mismo que decir que me han impactado profundamente, porque hasta un pequeño roce en la superficie acaba reverberando en el fondo.



"The Descendants" se basa en el libro de Kaui Hart Hemmings, novelista hawaiana. El guión adaptado corre a cargo del propio Payne y de Jim Rash y Nat Faxon, dos frikis que llevaban años moviendo el guión por Hollywood sin ningún éxito, hasta que alguien tuvo la buena idea de enseñárselo a Payne. La peli tiene como protagonista a Matt King, un padre de familia cincuentón que afronta una crisis vital. Acompañado de sus hijas debe hacer frente a problemas familiares, de pareja y de trabajo, todos relacionados de repente por las circunstancias. George Clooney da el papel para esta figura tragicómica que recuerda vagamente al Schmidt de Nicholson o al Miles de Giamatti, personajes altamente imperfectos y quizás por eso tan atractivos.

Inexplicablemente la peli se vende como comedia aquí en Rusia, cuando en realidad responde al género mixto y mucho más atractivo de drama cómico o comedia dramática, elijan ustedes. Curiosamente tiene elementos que hacen recordar a Woody Allen, como la voz en off o la musiquilla de sus últimas pelis, pero el director imprime su estilo propio basándose en su emblemático tempo tranquilo y cadencioso.
Este cuento no habría pasado del telefilme más olvidable en manos equivocadas, sin embargo Payne consigue transmitir franqueza y honestidad usando los medios que tiene a su alcance, añadiendo su impronta a través de la cercanía a los personajes, como acostumbra. Sorprende también la deliciosa música antes mencionada, una especie de hilo musical hawaiano que se convierte también en hilo conductor en la película. La fotografía, de Phedon Papamichael, un clásico de la industria, consigue ser preciosa (odioso adjetivo pero hay que llamar a las cosas por su nombre) sin convertirse en un panfleto turístico. Los paisajes de Hawai realmente hablan como un personaje más. La atmósfera creada pone las bases para que la historia se le meta a uno por el cuerpo sutilmente, como si nos la contara un amigo durante el té.
 
Y es que el archipiélago de Hawai, la localización, es fundamental para la historia. Los descendientes del título son a la vez los hijos del protagonista pero la significación es doble: también se refieren a los herederos de una tierra y la responsabilidad para con los antepasados. Los hijos a la vez son los padres y viceversa. Hawai se torna pues en la tierra ancestral, pero además en una metáfora sorprendente en manos de Payne de lo que son las apariencias en esta vida. Todo el mundo piensa que Hawai es un paraíso terrenal, pero no es tanto así. La felicidad se pega de bruces con la fatalidad. Vemos un paraíso, sí, pero apagado; un universo repleto de contrastes: camisas hawaianas en un entorno eternamente nublado y tiburones de los negocios con apariencia de adolescentes avejentados y en playeras*.










Pero sobre todo me quedo con la verosimilitud de la historia, lo que Payne elige para enfatizar los momentos, esos momentos absurdos que al final son las cosas que recordamos sobre los momentos clave de nuestra vida. A Matt le dan una noticia difícil de digerir y sale corriendo con chancletas por su calle, como un niño, no se sabe adónde. La imagen es tragicómica, ridícula y triste a la vez. ¿Es posible reír y llorar a la vez? Bueno, explicádselo a Tomelloso, cuyo corazón negro y requemado olvidó que alguna vez incluso sintió.
Se puede, se puede, hermanos. La vida nos lo enseña, para bien o para mal, y el de Payne es un buen espejo para mirarla, sobre todo se lo digo a esos del corazón de cartoné. Se puede y a veces hasta viene bien.  

Probablemente Alexander Payne y sus descendientes se irán de balde de la ceremonia de los oscars, pero de momento, y si de algo sirve, tienen el voto de la Inquisición. 
Saludos churruscados.

*Apunte mental: Visionar un remake en Sevilla, otro "lugar escaparate". ¿Funcionaría o se convertiría en un sainete cutre e intrascendente? ¡A mí Berlanga!

2 comentarios:

Ricardo Fernández Blanco dijo...

Me imagino que es el invierno que te pone blandurrón, Inquisidor. Tienes razón en casi todo. Casi. La peli arranca de miedo y va bastante bien hasta que deciden ir a la otra isla. Ahí el/los guionistas perdieron el norte y se volvieron sensibleros. Para curarse quisieron comediar pero no. El director, no sabe qué hacer y se deja llevar tanto que la estira un poco de más. No la quemaría pero se salvaría por los pelos...

chumari dijo...

Rayos, me discutes el veredicto! Cómo osas? A ver, piensas que mi Payne se pone sensiblero desde la otra isla? Más detalles, Fray Fernández!