Peli: "Inglourious Basterds"
Puntuación: 6/10
Me carga Tarantino. Me carga su prepotencia, su aire de "enfant terrible" de 48 años, su cabeza apepinada y sus humos de friki con carné de identidad número 00001. Y sobre todo me sigue sorprendiendo cómo la mayoría de los gafapastas españoles le siguen chupando la minga y llamando "genio" por menos de tirarse un cuesco. Sin embargo, con cada película hago el esfuerzo de tragarme mis prejuicios y vuelvo a la casilla número 0. Es lo menos que puedo hacer por cualquiera que se pone detrás de la cámara para contar una historia. Seamos justos.
Argumentalmente, "Inglourious Basterds" es un cruce entre "Valkiria" y "Kill Bill". Teniendo en cuenta que son dos películas que aborrezco, la cosa empieza más que mal.
Como sabéis, los "basterds" son una brigada especial dedicada a matar nazis, una célula no reconocida por el gobierno americano y liderada por el teniente Aldo Raine (Brad Pitt). En realidad hay cierto timo, porque la peli apenas habla de los "basterds", que son personajes casi secundarios. La trama principal es la venganza brutal de una niña judía hacia los nazis que liquidaron a su familia. Por eso lo de "Kill Bill".
Lo que llama la atención en primer lugar es la estructura narrativa, en cinco actos marcados con telón y título. La mayoría de los actos tienen una escena principal de diálogo tarantiniano, larga y currada, que son la espina dorsal de la película. No esperen ustedes mucha acción.
Aldo "Apache" Raine y el Oso Judío
Tarantino sigue perfeccionando lo que mejor sabe hacer y le dio la fama en sus primeras obras: los diálogos. El problema es que se gusta tanto, es tan excesivo, que los diálogos se convierten en dinosaurios. Unos diálogos tan tronchos se cargan cualquier película, como ya pasó con aquel pestiño llamado "Death Proof". Los críticos nos dirán que es un genio experimentador. Yo más bien digo que no tiene tanto talento narrativo, que se le acabó en "Pulp Fiction", su obra cumbre. Y que luego no ha hecho más que tener problemas de volumen. Ya lo vimos en el timo de "Kill Bill", al tener que dividirla en dos y en "Death Proof", que parece un cortometraje alargado con diálogos infumables de niñatas pijas.
En "Inglourious", Tarantino encuentra una solución. Literalmente, mandar al carajo la narración y contar este cuento dando cinco pinceladas de brocha gorda. Así sí. De ahí la estructura en cinco mamotréticos actos.
Esto puede gustar o no, pero al menos es más acorde con la forma de escribir del autor. Y mucho más rentable. Aunque está a años luz, recuerda un poco a lo que se hizo en "Pulp Fiction". Partiendo de ahí, los diálogos sí que son efectivos. Están bien montados y mejor interpretados. Porque esta es la buena noticia: la actuación es soberbia. Todos los actores son excelentes y están que se salen en sus papeles (con la excepción quizá de la esperpéntica aparición de Mike Myers, que chirría lo suyo y -por supuesto- adrede).
Pero hay uno que merece mención especial: Christoph Waltz. Lo que hace este hombre no tiene nombre. Es divino, genial, fantástico. Su personaje, el coronel de las SS, Hans Landa, es el verdadero protagonista de la película. El verdadero bastardo innoble.
Hans Landa disfruta de un buen vaso de leche
La antológica irreverencia del director se muestra de forma gloriosa al cargarse de un plumazo toda la historia oficial tal y como la conocemos. Dentro del desequilibrado conjunto, algunas escenas brillan con genialidad. El final, catártica píldora lanzada a toda una cansina tradición de películas sobre la gran guerra, es tan necesario como divertido.
El despiporre es tal, que cuesta trabajo cerrarlo. Tarantino no lo duda: "I think this just might be my masterpiece", dice Aldo Raine.
Hombre, Quentin. Tampoco es para tanto.
Pero está guay.
Absolutio, sí.